Mis hijos en el exilio

Por en noviembre 27, 2014

Por:Juán Carlos Rojas

Tomado de Pluralis 19 agosto 2014

Cuando todo era un proyecto intelectual, mi cuerpo no cabía en sí mismo, el dolor no se vislumbraba y mi voz era el mismo orgullo, era un verdadero pavo cuando contaba que mis hijos se irían a París. Ahora que no están, la tristeza de su ausencia me ha dejado sin pluma alguna, por más que me repita “es lo mejor para ellos”. Una voz amarga me dice “porqué se fueron tan pequeños”. Ahora es la soledad la que no cabe en mi cuerpo.

A veces me digo si la elección del arte como un camino, hace ver el país donde nacieron tan pequeño e incapaz de contenerlos, su retorno es cada vez menos posible. Exilados por amor al arte, desplazados forzadamente por un país que rinde culto a la muerte, maltrata a sus mujeres y no protege a sus hijos, en donde el arte es la cenicienta, invitada a última hora para el efímero coctel.

Ahora viven en un país tan lejano, tan lejano como una lengua desconocida. Ya nunca estaremos en el mismo tiempo, mis amaneceres son sus atardeceres, y la nieve y el otoño son testigos de la diferencia. París y su estética ha generado sentimientos desconocidos, han crecido sin verlos crecer, desconozco su cotidianidad, ¿Cómo palean su soledad? ¿Qué Dios invocan cuando se disponen a dormir? ¿Qué significa el tiempo y el espacio ahora que un mar nos separa? Cuando caminan por sus hermosos puentes y túneles, por sus parques y bosques extensos, por la oscuridad y el frio, ¿Qué piensan? ¿Qué leen? ¿Por qué escriben y hablan en otros idiomas?

Mis hijos se han ido a Francia, ya hace 7 años partió el primero, recientemente lo he comprendido, me negaba a leer las señales tan claras, como el dolor que oprime el pecho y su voz que se quiebra, con sus manos frías y temblorosas, cada vez que se terminaba una llamada, cada vez que me despido, cada vez que los leo, cada vez que las lágrimas no me dejan ver la fotografía donde me dicen que están.

Vivo estacionado en el tiempo, como la escritura que pudiera ser eterna y tan ausente, como aquellas direcciones de email de amigos que ya se han muerto, sin ser borradas con la esperanza de abrir sus correos y un buen día volverlos a leer, volverlos a sentir.

Gracias, hijos, por haberme dejado ser su padre, al sentirlos en la distancia, desaprendiendo, des construyéndose para construirse de nuevo con sus propias manos, ahora por relecturas que permiten crecer en otras pedagogías, con menos modelos y más cercanos a lo que quieren ser. Ahora que son adultos me han obligado a dejar de pensar tanto en mí. El verlos tranquilos y seguros de lo que hacen, apropiándose de sus errores, de sus aciertos y liberándose de cargas culposas, de la nostalgia paralizante, verlos viviendo el presente y pensando en el futuro cercano, viendo con apertura un horizonte infinito, me hacen ver el mundo con más optimismo, por ejemplo ¿será que podré hacer otras cuantas locuras con el resto de vida que me queda? Pero no se preocupen, esta vez sin afectarlos. Es una promesa.

Ahora que ando tan desocupado, busco gatos inválidos para cuidar asegurándome que no se podrán ir de la casa nunca, ¿Quién sabe de alguno?