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Carlos Vidales, el oportuno
Por: Pepe Vignoles
Malmöe, noviembre 12 de 2014
En este noviembre se ha ido de pronto Carlos Vidales. La vida de Carlos fue larga y rica, y sé que a muchos aquí en Suecia y en otros lugares del mundo nos fue dada la suerte de compartir algún tiempo de ella.
Desde ahora siento que me va faltar mi buen amigo con el que podía discutir de todo sin que importara el asunto que nos ocupara, fuera éste sobre la actualidad, de historia, de política, literatura o de arte, sin hacerle asco (como se dice vulgarmente) a cualquier cosa intrascentente o seria que se cruzara en nuestros conversaciones.
Nunca sentí con él necesidad de eludir ningún tópico, aunque supiera de antemano que no íbamos a estar de acuerdo. Quizá porque Carlos sabía también refrenar su apasionamiento y escuchar con atención los argumentos contrarios a sus siempre interesantes, radicales, polémicas y originales opiniones sobre el tema que fuera.
No puedo olvidar de nuestros encuentros las muchas veces que volvimos a hablar y discutir sobre Simón Bolívar y también de la larga, convulsa, violenta historia de su Colombia. Con el Libertador, Carlos tenía una complicada relación filial; crítica y al mismo tiempo de profunda admiración. Pero así acontecía también cuando hablaba de su padre don Luis, el poeta y fundador del Partido Comunista colombiano.
A Carlos Vidales lo conocí y nos hicimos amigos en los años 90 cuando comencé a publicar sus artículos en el semanario latinoamericano Liberación de Suecia. Muy pronto descubrimos que teníamos algunas cosas en común; los dos habíamos estado en Chile durante el gobierno del presidente Salvador Allende hasta que el golpe de Pinochet nos arrojó a otro exilio, que finalmente nos reunió a los dos en Suecia.
Coincidió además que Vidales en su extensa historia de andanzas latinoamericanas había vivido a mediados de los años sesenta también un tiempo en mi país Uruguay, involucrándose naturalmente en la vida intelectual y política montevideana.Traíamos también en nuestras historias personales un parentezco político, el haber estado vinculados ambos a luchas guerrilleras en nuestros países de origen. Pienso ahora, que aunque estas cosas compartidas de nuestras historias personales fueron buen cemento en nuestra amistad, por el contrario no creo que hubiera sido diferente si ellas no hubiesen existido, dado que en Vidales la pasión por darse en la amistad y en compartir conocimientos era algo consustancial a su atractiva personalidad. Por eso se hizo tan querido y útil para amigos, estudiantes y colegas.
Como tantos otros disfruté mucho leyéndole o escuchándole en conferencias o en reuniones más íntimas, refiriéndose a hechos históricos y personajes que él sabía hacer vívidos trayéndoles a nuestro tiempo, liberándolos del bronce y la academia. Muchas veces para disfrutar otra vez de alguna historia o tema que antes le había escuchado con placer, le pedía repetirse frente a nuevos contertulios. Era allí donde Carlos brillaba con amena charla y amplios conocimientos matizados de humorísticos comentarios, haciéndonos morir de la risa y conocer de lo que no sabíamos. Porque en Carlos Vidales el humor es también una dimensión más de su inteligencia y un elemento constante que recorre toda su obra publicística y literaria, que lejos de banalizar la seriedad del tema por el contrario es ayuda a la comprensión afectiva y ética del asunto que trata.
En fecha tan reciente como el 3 de octubre pasado Carlos escribía en su blog ”Los importunos” -(ojalá puedan preservarse todos sus materiales allí publicados)- en una nota sobre los Nobeles de literatura: ” Y advierto que estoy diciendo todo esto con muy buen humor y sin el ánimo de molestar a nadie, pidiendo a quien me lea que ría con gana, según el sabio consejo del buen Rabelais:
Verdad es que aquí hay poca perfección;
en cualquier caso, aprenderéis a reír.
Otra razón no puede mi corazón elegir.
Viendo el duelo que os corroe y tortura,
mejor es de risa que de llanto escribir,
porque reír es propio de la humana criatura.”
Entonces quizás para terminar estos recuerdos que ahora escribo para despedirle, cabe repetir otra vez esos versos de Rabelais; ”mejor es de risa que de llanto escribir”, porque que el oportuno serio humor de Carlos nos hizo a todos siempre muy felices y además un poco más buenos.
Siento que desde ahora me va hacer falta su chispeante humor caribeño, que siempre me desafiaba a retrucarle muy pobremente con mi apagado y martinfierresco humor rioplatense.