‘Santos y Uribe pueden construir un camino’

Por en septiembre 23, 2014
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Diálogo con Dominique de Villepin

El excanciller de Francia estuvo esta semana en Bogotá, invitado por Caracol TV y Foros , para hablar de las guerras del mundo contemporáneo.

Por Héctor Abad Faciolince.

Tomado de El Espectador, 20 septiembre 2014

De Villepin es un cosmopolita auténtico, que asesora gobiernos en todos los continentes. Aquí con el escritor Héctor Abad. / Crisitian Garavito

De Villepin es un cosmopolita auténtico, que asesora gobiernos en todos los continentes. Aquí con el escritor Héctor Abad. / Crisitian Garavito

La vieja Europa, y sobre todo Francia, produce personas así: con espesor cultural, elegancia en el pensamiento, propuestas políticas sofisticadas, y una apostura notable (lo que los franceses llaman charme) incluso al comienzo del otoño de la existencia: 60 años de vida. Si Maquiavelo describió cómo debía actuar el Príncipe para triunfar en sus propósitos, otro teórico del Renacimiento, Castiglione, trató de enseñar cómo debía ser el hombre cortés. Si el maquiavélico carece de escrúpulos, el cortesano de Castiglione es un hombre ingenioso y su inteligencia debe destinarse, más que a triunfar, a agradar y hacer el bien.

De Villepin es un cosmopolita auténtico, que asesora gobiernos en todos los continentes del mundo -de muy diferentes culturas, tradiciones y sistemas políticos-. Como desde muy joven vivió en varios continentes (Medio Oriente, Latinoamérica, India, África, Estados Unidos) está despojado de todo eurocentrismo. Casi siempre defiende las armas de la política y de la seducción, y casi nunca el uso de la fuerza. Vino a Bogotá, invitado por Caracol TV y El Espectador, para hablar de las guerras del mundo contemporáneo, y también de unas pocas noticias de paz: para él Colombia representa una de las pocas buenas noticias que hay en el mundo de hoy. Lástima que el Secretario General de la ONU no pueda haber nacido en un país con derecho de veto (Francia lo tiene), pues Dominique de Villepin sería la persona ideal para ese puesto. Si de los buenos presidentes de Colombia se dice que “el país les cabe en la cabeza”, a Villepin lo que le cabe en la cabeza es el mundo. Villepin, además de ex primer Ministro de Francia, es poeta, crítico de arte y bibliófilo. El catálogo de su biblioteca, vendida recientemente, podría ser la bibliografía ideal del hombre ilustrado, desde primeras ediciones de Voltaire y Tolstói, hasta manuscritos de Borges. Esta semana lo entrevisté en Bogotá.

H.A. Señor Villepin, ¿usted es un poeta romántico (o vanguardista) o un político realista?

D.d.V. Yo no diría que soy poeta, porque sería muy vanidoso darme esa identidad, ni tampoco un político, sino un testigo. Alguien que tuvo una suerte increíble en la vida: poder tener varias vidas. Nací en Marruecos en el 53, justo antes de la independencia, y mi familia vivía antes en Argelia. He visto así la evolución de esta región, y el paso de Francia de una república colonial, a una república más pequeña. Luego tuve la suerte de vivir en Latinoamérica, en Venezuela, entre los 7 y los 15 años. Después estudié en Estados Unidos y tuve experiencias diplomáticas en Norteamérica y en India. Todas estas experiencias que tuve de muy joven, me permitieron conocer diferentes sensibilidades. Experimentar el sentimiento de indignación y rebeldía frente a la injusticia social que yo vi siendo muy joven aquí en Surámerica; el sentimiendo de que el orden conservador tradicional no podía mantenerse; el sentimiento también de una forma de arrogancia occidental en sus certidumbres de tipo colonial, pues tuve la posibilidad de prestar el servicio militar en el momento en que Yibuti se independizó, así que vi la evolución del cuerno de África en Somalia, Etiopía, etc. Tuve la suerte de entender el mundo cambiante en todas partes. Así entendí que la verdad no estaba de un lado o del otro, sino que la verdad había que buscarla, y que había que luchar por ciertos ideales.

La política me pareció una experiencia necesaria pues no se puede cambiar la vida colectiva sin política. La política es como entrar en una religión al servicio del hombre. Pero sin ideas fijas, sin prejuicios, sino con el sentimiento de que uno tiene que darle razones de vivir a la población, a unas personas que a veces están desesperadas por la vida que llevan. Y la poesía era el elemento complementario de la política. La poesía consiste en buscar las palabras que van a darle sentido a la vida. Yo experimenté muy joven, por la historia de mi hermano, que murió de una enfermedad cuando yo tenía 20 años, el poder de la poesía. La poesía le ayudó a cambiar su vida y a aceptar su muerte. Él y yo descubrimos juntos lo que es la vida a través de la poesía alemana, francesa, rusa, suramericana, portuguesa (Borges, Neruda, Paul Celan, Pessoa, Rimbaud) y eso nos ayudó. Las palabras de la poesía eran sangre y vida: nos daba una razón de vivir en un momento de desesperación por la vida y por el mundo. La poesía nos permitió seguir adelante. Por eso los actos políticos (para mí la política es actuar) y la poesía, que está hecha de palabras, juntos, tienen un poder increíble. Escribir poesía o ensayos, me sirvió para aclarar mi propia conciencia, y así crecer sin ser el esclavo de ideologías o de partidos. Lo que yo más odio en la vida son los partidos, porque los partidos políticos son ciegos: lo llevan a uno por un camino sin mirar la vida real, persiguiendo siempre los intereses del partido, siempre pensando en el partido. A mí lo que me interesa es el hombre; cómo cambiar la vida de cada uno, y para eso se necesita siempre dirigirse hacia el otro: entender, escuchar, mirar, y tener siempre un debate interior y un debate colectivo. No hay debate colectivo sin debate interior. Hay que tener el derecho a cambiar de posición y de ideas, porque la vida nos obliga a eso, y porque la realidad también cambia.

El problema de la política en el Occidente, hoy, (en Estados Unidos, en Europa) es que la política ya no cambia nada. Promete pero no se ve ningún resultado por ningún lado. Y por eso la extrema derecha, la extrema izquierda y el populismo proliferan, crecen. En cambio aquí hay un debate y las cosas cambian, se decide tomar un camino u otro. Paz o no paz es un debate que tiene consecuencias en la vida histórica y cotidiana de los colombianos. A nosotros nos hacen falta esos grandes debates colectivos; se discute de política pero sin mirar la realidad de lo que se discute.

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